12 abr 2014

Porqué nos aferramos al dolor

Cuando sufrimos experiencias dolorosas a veces nos aferramos a ellas para entenderlas, para encontrarles algún sentido en nuestra vida. Pensamos en cada detalle de lo ocurrido, lo damos vuelta una y otra vez, revivimos la experiencia, pensamos en los distintos escenarios que se podrían haber dado, el porqué pasó lo que pasó. Pero en medio del dolor nos olvidamos que solo al soltar la experiencia, sentirla por el tiempo que haya que sentirla y luego dejar ir esos sentimientos, solo entonces al volver la calma y la claridad es que podremos recién empezar a encontrar un sentido y qué es lo que tenemos que aprender de lo vivido. Hace falta llorar, enojarse, angustiarse, asustarse e incluso negar por un tiempo lo vivido cuando se hace demasiado difícil de procesar. Dejar que las emociones tomen su curso natural, pero lo más importante es traer la mente de vuelta al presente cuantas veces sea necesario, soltar el pasado. No olvidarlo, sino soltarlo, porque solo así encontraremos sanación y podemos volver a vivir y disfrutar realmente el presente.

Imágen de Christian Shloe

4 abr 2014

Volver al nosotros

Cuando la vida nos golpea surge una avalancha de emociones que nos sacan de nuestro centro. Podemos huir de estas emociones trabajando o manteniéndose ocupados. Podemos tratar de entender lo que nos pasa analizándolo de manera lógica. O podemos sumergirnos en estas emociones dando rienda suelta a lo que sentimos, alejándonos por el tiempo que sea necesario del mundo cotidiano.

 Pero el verdadero camino de sanación es el arduo camino hacia nuestro centro, nuestro yo interior o superior, nuestro guía interno, nuestro espíritu. Aunque las vivencias, nuestros pensamientos, las emociones nos arrastren como un torbellino cada día, cada día hay que tomar ese camino de vuelta a nosotros mismos, aunque sea arduo, aunque pueda ser doloroso, aunque parezca que hoy no podremos llegar. Cada día hay que avanzar un paso más hacia se lugar en nosotros en que nuestras emociones y pensamientos están en equilibrio, donde reside nuestra sabiduría, el amor, la compasión, la claridad y el silencio la calma anhelados.

Y cada día que nos esforcemos por llegar a ese lugar en nuestro interior se hará un poco más fácil, cada vez se hará un camino más conocido, cada vez dolerá menos y en algún momento, en vez de un arduo camino será volver al lugar de paz, de tranquilidad, de armonía, el hogar dentro de nosotros mismos, ese lugar donde nos sentimos acogidos y seguros. Y no solo será cada vez un menor camino a recorrer, sino un espacio interior en el que podremos estar con más facilidad y traerlo a nuestra vida cotidiana.

Aún así siempre habrá situaciones en nuestra vida cotidiana que nos puedan sacar nuestro centro, pero mientras mayor sea nuestra práctica de paz interior, más fácil será volver a ella.

Imágen de Paul Monteagle

1 abr 2014

Perdonarse y perdonar

Que importante es en este mundo acelerado aprender a perdonar, a soltar, a permitir que el pasado sea el pasado y sanar las emociones, para que el recordar no sea un martirio que nos arruine el día.
Pero hay un paso anterior igual de importante, que es aprender a perdonarnos nosotros mismos.

Perdonarnos de no habernos dado cuenta y reaccionado a tiempo para prevenir el problema. Perdonarnos el no haber visto las señales que después parecen tan obvias. Perdonarnos el haber confiado demasiado y no haber tomado las precauciones necesarias. Perdonarnos el haber dado y ayudado demasiado sin asegurarnos que el otro aprendiese a ayudarse a sí mismo y no se volviera dependiente pidiendo cada vez más hasta pedirnos más de lo que podemos dar. Perdonarnos el no haber dicho No y habernos ahorrado salir heridos. Perdonarnos el haber sido débiles y habernos equivocado. Perdonarnos el haber reaccionado mal y dicho cosas que no arrepentimos después. Perdonarnos el no haber podido ver a través de mentiras e intrigas. Perdonarnos el no reconocer que la otra persona no era quién creíamos. Perdonarnos el olvidar que no todos tenemos los mismos valores morales. Perdonarnos el olvidar que hay personas con problemas tales que no les permite darse cuenta de la consecuencia de sus actos. Perdonarnos el habernos obligado a vivir situaciones intolerables por falsas esperanzas y promesas incumplidas. Perdonarnos el no habernos permitido una vida mejor persiguiendo un sueño que ya ni siquiera era nuestro. Y tantas cosas más que perdonar, tantas otras maneras de expresar.

Pero es al perdonarnos nosotros mismos que el dolor y el enojo empiezan a ceder, al poner los limites que tanto hacían falta, al poner fin a aquello que se ha vuelto intolerable en nuestras vidas, a hacer borrón y cuenta nueva replanteando todo lo que sea necesario y dejar atrás aquello que ya no tiene un espacio en nuestras vidas.

Reconciliándonos así con nosotros mismos, tomando las riendas de nuestras vidas, empoderándonos, podemos ver al otro en su justa medida, como realmente es, no más grande, más peligroso o más odiado. Podremos ver si hay un vínculo que sanar o algo que ya pasó hace tiempo su fecha de expiración. Podremos decidir a consciencia sí vale el esfuerzo intentar un poco más o sí las respuestas del otro son un claro signo que nada podrá cambiar y entonces perdonar y dejar a ese alguien salir de nuestra vida.

Perdonar no es sacrificarse una y otra vez en un ciclo masoquista. Perdonar implica ver nuestros propios errores y limitaciones y darnos cuenta que prolongar una situación a veces sólo es más dolor para todos los involucrados y tener el valor de soltar y decir adiós.

Imágen de Jia Lu