20 sept 2015

Del dolor a la crueldad a la sanación

Una de las mayores causas de la crueldad son las heridas mentales y emocionales no superadas. Son heridas abiertas no visibles que no se pueden cuantificar y a veces es muy difícil saber como tratarlas, en especial si no se busca ayuda. Es incluso muy común creer que si no se piensa en el dolor, este desaparecerá. Pero no desaparece, sino que se convierte en una molestia crónica, de la cual hasta se pierde el rastro de su causa.
Independientemente si la causa de esta herida es algo consciente o se ha escondido en el subconsciente, esta herida duele y hace que aparezcan muchas emociones, como la necesidad de protegerse, aislarse de aquello que pueda causar más dolor, evitar a toda costa el volver a ser herido hasta el nivel de herir antes de que me hieran, envolverse en una máscara de falsa seguridad o alejarse de los seres queridos, que es con quienes se siente más frágil y vulnerable.
Detrás de todas estas emociones está el miedo al dolor. Se empieza a buscar de qué y de quienes protegerse, quienes valen la pena y quienes no, quienes son buenos y quienes son malos, a adivinar las intensiones de los demás, a dar cada paso con sumo cuidado para no correr el peligro de ser herido nuevamente. Este miedo puede incrementar hasta niveles altamente insanos en que se ve malas intenciones en cada persona que nos rodea. Esta forma de pensamiento no puede llevar más que a la autodestrucción.
Para salir de este círculo vicioso el primer paso es reconocer que hay una herida, aunque no se recuerde su origen. Al apropiarnos de nuestro propio dolor ya no quedamos expuestos a que alguien más nos hiera, es nuestro y podemos expresarlo cuando, donde y de la manera que más nos ayude, podemos vivir el duelo que esa herida representa.
Al empezar a liberar las emociones de ese dolor vuelve la memoria de su causa, permitiendo liberar el pasado, soltar la causa del dolor y perdonar. Soltar y perdonar no siempre es fácil.
Para perdonarse uno mismo es necesario tener la compasión para darse cuenta que uno no es perfecto, que nos podemos equivocar, que no tenemos porqué saber todo y ser capaces de reaccionar bien ante todas las situaciones. El solo hecho de darnos cuenta significa que podemos cambiar y hacerlo mejor la próxima vez.
Perdonar al otro en cambio no es liberarlo de culpa o decir que es inocente. Perdonar significa reconocer al otro como un ser humano con sus propias heridas y defectos, así como también con sus propias virtudes. Que aquello que haya hecho no es más que un reflejo de su propia realidad y que que no tiene que ver con nosotros, sino con ellos mismos. Perdonar entonces significa liberarlo a que vivan su propia realidad, mientras nosotros soltamos el daño para poder sanarnos, reconociendo los hechos tal como fueron, lo bueno y lo malo, sin juzgar y permitiendo que el pasado se convierta en pasado y deje de teñir nuestro presente.
Mientras más tiempo dejamos pasar desde que se produjo la herida, más difícil se vuelve el proceso da sanación, en especial si se produjo en la temprana infancia. Lo más recomendable es realizar los procesos de sanación más difíciles con ayuda terapéutica, pero siempre se puede realizar trabajo personal que nos permitirá conocernos mejor y emprender el camino de la sanación.
En alguna parte del proceso podemos sentir un vacío ahí donde estaba la herida, este vacío se puede llenar solo con amor, dándonos el espacio para cuidarnos, querernos, el cariño de nuestros seres amados, nuestras mascotas o realizando alguna actividad que nos llene el corazón como cantar, pintar, etc. Así de a poco volvemos a estar completos.


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